La Benevolencia
La palabra benevolencia tiene dos raíces: Bene, que significa bueno o bien y Volencia, que significa voluntad. Así se puede entender que la palabra en su todo tiene que ver con hacer el bien como una decisión voluntaria. El diccionario indica tres acepciones para Benevolencia: (1) Deseo de hacer bien a los demás. (2) Buena voluntad, caridad. (3) Un acto de bondad.
Comencemos con la parte de la voluntad. Es un hecho que en esta vida (a menos que sea usted alguien muy especial) tanto el dinero, como el tiempo y la energía son recursos escasos. De forma tal que cualquiera que desee mostrarse benevolente tiene que sacrificar algo. Dar algo de dinero (que no nos sobra), obsequiar parte de nuestro tiempo (que no nos alcanza para todo lo que tenemos que o deseamos hacer), o utilizar nuestra energía (que desearíamos enfocar en algo preciado para nosotros), involucra necesariamente un sacrificio personal. Y esto para entregar a un desconocido, ya que entregar lo anterior a un familiar o amigo, más que benevolencia sería algo más natural como aprecio, abnegación o incluso responsabilidad.
Si consideramos que además de sacrificar algo de nuestros recursos escasos a favor de un desconocido, es probable que dicha persona ni siquiera nos agradezca el gesto o que peor aún, nos corresponda en forma negativa, el reto de adoptar este rasgo de carácter alcanza alturas insospechadas. La verdadera prueba de la benevolencia estriba en la alegría de dar, aún cuando aquello que damos no sea apreciado, o cuando no se tenga algo a cambio, o incluso cuando se obtenga algo negativo a cambio.
Para tener claro qué tan difícil es mostrarse benevolente, consideremos que es como revisar nuestras prioridades y decidir que nosotros no somos el número uno, esto es, no somos el destinatario para recibir nuestros propios recursos. Poner a otros primero va en contra de la naturaleza humana. Eso es la benevolencia: ser capaz de tomar el lugar de los demás, así como Jesús fue capaz de tomar nuestro lugar y pagar con su propia vida por nuestros pecados. Ciertamente es “extremo” dar nuestra vida por otros, como Jesús, pero aún otorgar nuestros recursos a otros nos es pesado. ¿O no?
Si ha sido capaz de llegar hasta este punto y aún no desiste de poner en su horizonte la meta de ser al menos más benevolente, consideremos algunos aspectos de su puesta en práctica. Mencionamos que se trata de dar algo a otros, pero ¿es realmente dar si damos a alguien de quien esperamos recibir algo a cambio más tarde? Quizás no de la misma persona, pero si somos capaces de deducirlo de impuestos, del diezmo, o de alguna otra partida que de por si ya no era nuestra, estamos de alguna forma “haciendo trampa.” ¿Es realmente dar, si somos capaces de presumirlo y recibimos alabanzas y reconocimientos públicos por nuestra “bondad”? La verdadera benevolencia no tiene motivos ocultos.
Algunas personas se aprovecharán de una persona benevolente sin pensarlo dos veces. Aún sin intención, se correrá la voz y no deberemos sorprendernos demasiado si luego de apoyar económicamente a una persona, nos surge una línea de diez personas más esperando, pidiendo y aún exigiendo que también las ayudemos. Es imposible conocer exactamente qué existe en el corazón de las personas que claman por nuestra ayuda y por lo mismo, no podemos ponernos a juzgar si es justo o no apoyar a unos y a otros no. Dejémosle a Dios esa tarea y ayudemos con un poco de cautela, sin pecar de inocentes, en tanto nuestros recursos lo permitan.
Aparte de que nuestro límite son los propios recursos y no podemos dar lo que no tenemos, aún a veces o no es suficiente, o no es conveniente. Existen personas que tienen más dinero que nosotros mismos y no necesitan que les demos nuestro dinero, sin embargo carecen de amor o cariño en sus hogares. Si somos sensibles, entenderemos quiénes, independientemente de su abundancia en dinero, requieren primeramente de nuestra atención y aprecio. O quizás lo único que podemos entregar es respeto y modales amables, pero aún así, es benevolencia.
Lo que dice la Biblia:
Acuérdate de mí, Dios, según tu benevolencia para con tu pueblo; visítame con tu salvación. (Salmos 106:4)
Por supuesto el mejor ejemplo de benevolencia está en Dios, quien sin merecerlo nosotros, planeó nuestro rescate. ¡Que nos sirva de inspiración!
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