El Capitán Fantasma
Se llamaba Santiago Reyes Quezada ladrón irredento y asesino sin corazón, el “Capitán Fantasma” se distinguió de otros delincuentes famosos de su época por su audacia y habilidad para fugarse de todas las prisiones...
Ladrón irredento y asesino sin corazón, el “Capitán Fantasma” se distinguió de otros delincuentes famosos de su época por su audacia y habilidad para fugarse de todas las prisiones a las que cayó a través de su larga carrera criminal. Así se convirtió en leyenda, y el apodo hizo olvidar el verdadero nombre: Santiago Reyes Quezada. También se hacía llamar Santiago Reyes Rodríguez. Fue calificado como un delincuente falto de imaginación para cometer sus fechorías y en cambio con gran malicia para aprovechar la debilidad humana a la hora de planear sus espectaculares fugas.
LA PRENSA publicó la historia del que se decía capitán del Ejército, cuyos inicios “nos llevan al tiempo en que aquel muchachillo esmirriado comenzó en Tampico a desvalijar autos y sorprendido in fraganti fue llevado por primera vez a un establecimiento correccional, un tribunal para menores, dada su corta edad”...
Con toda crudeza, el “Capitán Fantasma” fue presentado como un individuo taimado, incapaz del menor acto generoso, cuyos robos no tenían el menor acto de valor; asesino alevoso y ventajista. Nunca expuso la vida, excepto en las ocasiones en que al tratar de escapar de la persecución policiaca, lo alcanzaron las balas de los agentes.
Pero, ¿cómo fueron los inicios de este singular personaje?
De ojos azules y originario de Los Angeles, California, Santiago -hijo del carpintero Luis Reyes y la ama de casa, María Quezada- fue detenido en Tampico, Tamaulipas, en 1938 a los 15 años de edad, por hurtar accesorios de automóvil. Entonces se le conocía por “El Jimmy” (El Jaimito) y en los sesenta días que permaneció cautivo aprendió carpintería y ebanistería... Escapó.
Al abandonar el Tribunal para Menores juró “no volver a pisar el maldito calabozo”... pero pocas semanas después en compañía de tres amigos asaltó un pequeño comercio; fue aprehendido y llevado de regreso al tribunal, pero guardado en una celda especial para reincidentes.
Una noche de octubre de ese año, “El Jimmy” y “El Rizos” se deslizaron por angosto pasillo, lúgubre y frío, rompieron algunos cristales del tribunal tamaulipeco y salieron a la calle. Santiago se trasladó al Distrito Federal. En la Colonia Morelos trabajó como mozo en el mercado, entre comercios que se instalaban en la vía pública; luego se inscribió en una escuela primaria. Cursaba el sexto año, leía con regularidad periódicos y unos viejos libros de Historia Universal, o se sumergía en las vívidas narraciones de Emilio Zolá, uno de los más importantes novelistas franceses. Por primera vez en su corta existencia “El Jimmy” tuvo la satisfacción de ganar el dinero honradamente. Y conoció mundos apasionantes con sólo abrir las inmortales obras de la literatura.
Desde niño era temerario. Le llamaban
entonces "El Jimmy"
entonces "El Jimmy"
Pero su vida estaba marcada.
Su relación con comerciantes, compradores y gente de baja estofa lo
aficionó al juego de la baraja y del dominó, a frecuentar billares
en sus ratos libres y a tomar copas en antros de vicio visitados por
sujetos indeseables, antiguos huéspedes del Tribunal para Menores
de México y de la penitenciaría “El Palacio Negro” de Lecumberri.
Ahí entabló sus primeros
contactos con prostitutas en la calle de Organo, barrio de Tepito,
donde conoció el terrible mundo de las drogas, y un día se intoxicó
en tal forma que desconoció a sus amigos y se alejó de ellos tras insultarlos
soezmente. En ese tiempo ya usaba como “herramientas de trabajo" un cuchillo,
una pequeña pistola y la traición...
Pasó de “cristalero” -rompía
vidrios para entrar a casas y comercios- a “chicharrero” -violador
de chapas y candados- y en marzo de 1939, cuando tenía 16 años, fue detenido
y trasladado a la Jefatura de Policía, que estaba atrás del hoy viejo
edificio de la Lotería Nacional.
El domingo 29 de marzo, Santiago
llegó a Lecumberri, a disposición del juez cuarto de la segunda corte
penal, donde declaró que “cultivaba la carpintería y hablaba el inglés
muy bien”. Se le trasladó al Tribunal para Menores, que por aquel entonces
se hallaba en Serapio Rendón, Colonia San Rafael, de donde se fugó un
domingo con otro interno, mezclados entre los visitantes.
Agentes del Servicio Secreto
lo recapturaron en la calle Panaderos, Colonia Morelos y retornó
a Lecumberri donde embaucó a un celador homosexual con la promesa
de sostener un romance con él una vez que estuviera libre y logró que
una tranquila mañana de mayo lo ayudara a escapar escondido en montones
de basura. Regresó a Tampico, donde alardeó ante sus amigos que “el
dinero es la llave maestra que abre todas las cárceles del mundo”. Durante
varios años, Santiago “trabajó” como asaltante en Tijuana, Tampico,
Monterrey, Torreón, Zacatecas y San Luis Potosí.
En 1945 fue detenido en Tamaulipas, y con el producto de sus raterías -collares, anillos, pulseras y otras alhajas- sobornó a dos custodios, quienes lo dejaron escapar en Navidad, cuando todos los presos ya se habían ido a dormir a las galeras.
Ese mismo año en Morelia,
Michoacán, Santiago entró a robar a un comercio y acribilló a tiros
a la propietaria. Escapó hacia Jalisco, donde el jefe de la policía
era Raúl Mendiolea Zerecero, quien años después sería subjefe de la policía
capitalina y director de la Policía Judicial Federal. El ladrón fue identificado
y encarcelado en Oblatos, donde ofreció dinero a tres custodios y no
sólo lo dejaron libre, sino que se fueron con él.
Los cómplices se separaron
y Santiago volvió al Distrito Federal, donde compró tres uniformes
de capitán del Ejército, con sus barras relucientes, así como una credencial
falsa “para las emergencias”. Su pistola calibre .38, pavonada, de
cachas negras y un cuchillo, eran su única compañía. El delincuente ensayó el
paso marcial de los mílites, la frialdad en el rostro, dureza en la
voz, disciplina, porte distinguido y se lanzó a la calle para conquistar
muchachas y engañar gendarmes. La credencial estaba a nombre de “Roberto
López Hernández”. Mandó a hacer unas placas con el escudo de la Secretaría
de la Defensa Nacional y se juntó con José Inés Nieto Herrejón, alias
“El Gato”, de la Colonia Morelos. Robaron la joyería Marilux, de Avenida
16 de Septiembre, en el centro de la ciudad.
Por esa época, Santiago ya
era conocido como “Capitán”. Se aparecía sorpresivamente a los gendarmes
que andaban en pequeños grupos y les daba órdenes de ir a vigilar supuestas
casas de funcionarios. El uniforme y su porte convencían.
En 1948 fue atrapado en una
celada y al ser llevado a los separos de la sexta delegación, en Victoria
y Revillagigedo, se aclaró que era civil. Se dijo que eso le salvó la
vida porque había órdenes de matarlo si resultaba militar. Fue tanto
el susto que se desmayó. Para impresionar a los jueces
se cortó superficialmente los brazos en un “intento de suicidio”, pero
el 11 de septiembre lo mandaron a Lecumberri, donde dijo ser católico,
de 25 años, mecánico, con tercero de secundaria y domicilio provisional
en Regina 91, primer cuadro de la ciudad de México. Aquí le habían acumulado
tres procesos penales, mientras lo reclamaban en Jalisco, Tamaulipas,
Aguascalientes, Michoacán, Zacatecas, Nuevo León, San Luis Potosí,
Guanajuato, Oaxaca, Coahuila, Estado de México y la fronteriza Tijuana.
Otra vez al Distrito Federal. Y como siempre, a ocultarse en la Colonia Morelos. No tardó en ser delatado y el Servicio Secreto lo consignó a la cárcel, donde el director advirtió que “si se escapaba de nuevo Reyes Quezada, los custodios serían arrestados y todos los jefes de compañía cesados, consignados y encerrados aquí mismo, mezclados con los presos comunes”. No cumplió su amenaza. Santiago fingió estar enfermo y llevado al Hospital Juárez, se fugó en un “descuido” de sus vigilantes. Se escondió en Mineros 44, casi esquina con Ferrocarril de Cintura, Colonia Morelos.
“El Capitán Fantasma” reingresó
a Lecumberri el 12 de febrero de 1951, pero a pesar de la vigilancia
especial que se le puso, el 21 de noviembre de 1952 se fugó con “El Gato”
al limar los barrotes del juzgado tercero penal. Dos años después murió
“El Gato” durante un tiroteo con policías.
Tres meses después sobornó
a dos custodios, quienes le prestaron un overol y se hizo pasar como
“comisionado en la Dirección” lo que le permitió meterse en un camión
mueblero y abandonar la cárcel. Se fue nuevamente a Tamaulipas, donde
lo alcanzó “El Gato”. Ambos fueron detenidos
pronto y encerrados en la cárcel de Ciudad Victoria. Pero el “Capitán
Fantasma” construyó un carrito de madera para un niño y los celadores
ni cuenta se dieron cuando se metió en un compartimiento secreto y
así el menor salió jalando el juguete y liberó sin saberlo al tristemente
célebre delincuente -versión difícil de creer-, en febrero de 1950.
Otra vez al Distrito Federal. Y como siempre, a ocultarse en la Colonia Morelos. No tardó en ser delatado y el Servicio Secreto lo consignó a la cárcel, donde el director advirtió que “si se escapaba de nuevo Reyes Quezada, los custodios serían arrestados y todos los jefes de compañía cesados, consignados y encerrados aquí mismo, mezclados con los presos comunes”. No cumplió su amenaza. Santiago fingió estar enfermo y llevado al Hospital Juárez, se fugó en un “descuido” de sus vigilantes. Se escondió en Mineros 44, casi esquina con Ferrocarril de Cintura, Colonia Morelos.
REINGRESO
A LECUMBERRI
El domingo 21 de enero de
1951 hubo un pleito entre delincuentes y Santiago Reyes Quezada balaceó a “El Gato” sin herirlo. Llegó
la policía y hubo un enfrentamiento a tiros, con saldo de un policía
muerto -Espiridión Mújica Pérez- y herido el “Capitán Fantasma”,
quien logró escapar y ser atendido inicialmente en la Cruz Roja, luego
en el Hospital Juárez. Allí lo agarraron el genial detective Silvestre
Fernández, el comandante Nazario Hernández, el teniente Enrique Gómez
Arroyo y dos agentes.
Ya nadie dudaba que este “capitán” era en realidad fantasma y su fama creció. Los periódicos publicaban sus “hazañas” y los jefes policiacos se morían del coraje.
El falso “capitán” cometió
asaltos menores en Torreón, Monterrey, San Luis Potosí. Su enésima
captura ocurrió en Tamaulipas, donde por instrucciones del gobernador
Horacio Terán fue encerrado en la cárcel de Andonegui con indicaciones
precisas de “evitar otra nueva y vergonozosa” fuga. Para entonces
lo buscaban en ocho estados y se había evadido de cuatro prisiones.
Lo agarraban fácilmente pero escapaba con mayor facilidad.
Buen ebanista, en septiembre
de 1956 “El Capitán” se puso a trabajar en una cantinita encomendada
por el gobernador Terán, quien la pidió de 1.40 metros de altura por
1.50 metros de largo. Cuando la transportaban a la casa de gobierno...
salió de un compartimiento “El Capitán Fantasma”, quien huyó hacia
Guanajuato.
Para evitar la burla al gobernador,
se dijo oficialmente que “escapó en un baúl de doble fondo; su esposa,
María Luisa Monroy lo ayudó a huir”...
Era tanta la fama del “Capitán
Fantasma” y las ganas que le traían los policías, que todo crimen feo y
escandaloso se lo atribuían. Y más coraje le dio a los agentes guanajuatenses
cuando el martes 27 de agosto de 1957
lo capturaron mientras paseaba con dos hermosas mujeres en un automóvil
lujoso.
Santiago era ya un tipo soberbio
y cínico: aceptó ser “culpable de 17 asesinatos”, dijo que “lo único
que no recuerdo es cuándo los maté y dónde vendí los 17 automóviles
que les robé”. Luego entre bromas y verdades dijo que los autos los vendía
a agentes del Servicio Secreto, quienes le pagaban 3,000 pesos por un
último modelo. El detenido fue enviado a la prisión de Salgado, Guanajuato.
El 6 de septiembre de 1957 otra vez se cortó superficialmente la piel de los antebrazos para simular que “había querido suicidarse”. Esa vez estuvo preso casi un año. El 27 de agosto de 1958 escapó de Salgado, cortando con segueta unos barrotes.
Los criminólogos que estudiaron
la personalidad de Reyes Quezada opinaron que “El Capitán Fantasma”
padecía grave delirio de persecución y pensó que utilizando un uniforme
militar acabaría su problema, sería visto con respeto y podría fraguar
y cometer sus fechorías sin despertar la menor sombra de sospecha.
Sabía que con el uniforme
de capitán sería fácilmente identificado y, sin embargo, lo seguía
usando. A tal grado se había posesionado que estaba convencido de
ser un auténtico oficial.
Se aceleraba su actividad
delictiva. A los 15 días de la fuga de Salgado, Guanajuato, asaltó un
camión de pasajeros en Aguascalientes y semanas más tarde penetró a
la famosa Casa de Vidrio, donde robó entonces la fabulosa suma de
60,000 pesos. En Torreón se llevó toda la plata de la farmacia “Luisiana”.
Pero el sábado 18 de julio de 1959, volvió a ser herido en las piernas
durante un tiroteo y detenido.
Comenzó a ayunar en la prisión y adelgazó hasta enfermar, por lo que fue enviado al Hospital Civil... de donde se fugó el 23 de agosto de ese año. Dos meses y días duró su libertad, pues fue traicionado en Monterrey, por un ex agente policiaco, quien lo llevó detenido para demandar su reinstalación como recompensa.
EL
FINAL
El 4
de noviembre de 1959, ya de 34 años de edad, “El Capitán Fantasma” llegó
al penal de Nuevo León, que contaba con moderno sistema de alarma y
mortíferos cables de alta tensión. En la torre principal y los garitones
los guardias tenían ametralladoras y binoculares.
Se apostó que esa vez Santiago
no se fugaría de aquella prisión “de verdad”. Casi tres años de encierro
hicieron suponer que así sería. Pero el 28 de agosto de 1962 volvió a
escapar oculto en un mueble fabricado por él.
Uno de sus últimos robos lo
cometió en Orizaba, Veracruz; saqueó una joyería y se divirtió en
una zona de tolerancia conocida como “La 90”. Se hizo de amigos y éstos
le advertían cuando se aproximaba la policía, usando como clave la
canción de moda: “tiburón a la vista, bañistas”... Las prostitutas lo
escondían; él les regalaba joyas caras.
Lo mismo hizo en Puebla, a
donde se fue al aburrirse en Veracruz. Totalmente desbocado, desvalijó
la residencia del gobernador Aarón Merino Fernández, quien no levantó
acta por temor a las críticas porque el botín fue calculado en dos y
medio millones de pesos en 1964.
En mayo de 1965 el FBI estadounidense
boletinó un informe a las policías de México y de Nuevo Laredo, Texas,
solicitando la detención de Santiago Reyes Quezada acusado de hurto
de vehículos y de homicidio. Se pedía asimismo la colaboración para
atrapar al narcotraficante internacional Raúl Moncha Rodríguez.
El boletín en inglés, traducido
al español, decía: “se busca a Santiago Reyes Quezada, llegó de México,
1.70 de estatura, blanco, bigote bien cuidado, habla inglés perfectamente.
Es perseguido por asesinato y robo. Escapó de la cárcel de Monterrey
y es buscado en seis estados de México y por el gobierno federal. Fue
visto varias ocasiones en esta ciudad, San Antonio, Texas, a pie, vistiendo
un overol de mecánico con un emblema en el pecho. Por lo menos está relacionado
con seis asesinatos. Siempre anda armado y se le considera extremadamente
peligroso. Si usted lo ha visto o es detenido, notifíquelo a inmigración
del FBI”...
Pero “El Capitán” andaba
muy lejos de San Antonio. El 22 de noviembre de 1965, los detectives poblanos
lo arrestaron en la calle 8 Poniente, entre las calles 7 y 9 Norte. Le
quitaron su pistola calibre .38 milímetros y cuatro cargadores con
35 balas útiles. En un auto robado, Reyes Quezada llevaba no menos
de 300,000 pesos en joyas... pero ni un centavo en los bolsillos, al grado
que dijo que no había comido.
Fue a la centenaria cárcel de San Juan de Dios. En el patio amplísimo los internos tomaban el sol. Había una decena de cuartos enormes habilitados como pequeños talleres o dormitorios con incómodas literas, así como pasillos gélidos con puertas herrumbrosas. El edificio, construcción de monjes hispanos dedicados a la atención de los enfermos, está situado a unos 900 metros del Zócalo de la ciudad. Antes olía a pureza, rezos, orden y caridad, “al transformarse en cárcel reinaron el improperio, la muerte, el dolor y la maldad”...
Ya de 45 años, “El Jimmy” o
“El Capitán Fantasma” conservaba destellos de juventud. Comenzaba
a vivir del pasado. Mucha gente gritó: “¡déjenlo libre!”... “¡Dejen
libre al Capitán Fantasma!”, durante una diligencia a la que compareció
ante el juez Lucio Ibarra Cárdenas.
En 1968 Santiago mató al interno
Evodio Castillo a puñaladas y trató de fugarse mediante una escalera,
pero esa vez no pudo. El monto total de sus condenas arrojaba 62 años
de cárcel y aún tenía pendientes muchos procesos; perdió amparos interpuestos
en la Suprema Corte de Justicia y la Dirección de Prevención Social
ordenó su traslado a la Penitenciaría del Estado después de cinco
años y seis meses en San Juan de Dios.
En 1971 entró a la Penitenciaría
de Puebla, prisión-castillo construida sobre el modelo de la cárcel
de Cincinnati en EU, en el siglo XVIII. El edificio carcelario fue
adaptado sobre las ruinas que quedaran del Fuerte de
San Javier, en la actual Avenida Reforma, en la que fue la primera calle
de Palafox. Ahí es donde más tiempo pasó preso “El Capitán Fantasma”:
11 años, en una primera etapa.
Sus compañeros de presidio le decían que si hubiese laborado como ebanista a esas alturas estaría millonario. Más de 40 años había desperdiciado militando en las filas de la delincuencia. Enfermó de falta de visión, tuberculosis, úlcera, diabetes, de la próstata, de los pulmones y mucho más. Su estado empeoró e ingresó al Hospital Escuela Universitario el 4 de noviembre de 1981. De la cama 45 huyó el 2 de enero de 1982, cuando se descolgó por un muro, con apoyo de una cuerda de 10 metros de longitud, que no alcanzó para llegar al suelo, distante otros dos metros y medio...
Se rompió las piernas y con
sus casi sesenta años a cuestas, se arrastró hasta un basurero;
se
ocultó entre la inmundicia y perdió el conocimiento. Unos
estudiantes
lo encontraron tres días después y avisaron al policía Isaías
Guerrero y “El Capitán” regresó al hospital 80 horas después
del escape.
Se había fracturado tibia y peroné. El desleal policía
preventivo
Enrique Leyva Castro fue quien le vendió la soga en 20,000 pesos.
Lo procesaron
por tentativa de homicidio, abandono de persona y evasión de
preso,
“había tirado al prófugo cuando se balanceaba en la soga”...
Reingresó
a la penitenciaría poblana el 4 de febrero de 1982 y pocos días
después volvió a enfermar... No pudo escaparse ya de la muerte el
audaz y temerario “Capitán Fantasma”.
Película: La Ultima Fuga
Corrido: Carlos y José .- El Capitán Fantasma
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