El Valor Social



Cuando más de una persona se reúne en un mismo sitio siguiendo algún tipo de organización social (trabajo, colegio, familia, ejercito) existen una serie de jerarquías establecidas, conocidas y a priori aceptadas por los miembros que la forman. El jefe, los padres, el director, el general, todos ellos son las cabezas visibles de cuyas ordenes y decisiones dependen el resto de eslabones de la cadena de mando. Desde pequeños se nos indica claramente que debemos seguir sus ordenes, se nos enseña a reconocerlos, a respetarlos y a no cuestionarnos su bien conocida y definida autoridad sobre nosotros y nuestras existencias.

Pero existe otro tipo de jerarquía de la que nadie nos habló en la escuela, un orden tan real e influyente para nosotros y nuestras decisiones capaz de mantenernos eternamente en la baja autoestima o elevarnos a la elite de la excelencia: el valor social. Se nos ha inculcado por influencia de los medios de comunicación, que nuestro valor social se mide por el rasero de nuestra belleza física, por tener un cuerpo modelado en un gimnasio, por el dinero o cargo que ocupamos, ser joven, tener una profesión de prestigio o simplemente salir por televisión aunque sea tan solo por ser pareja de alguien.

El motor del valor social es ni más ni menos que nuestra búsqueda de aprobación por parte de los demás. Tener todas esas cosas que los demás envidian y desean nos a su vez seres envidiados y deseados por los demás, sentirnos bien con nosotros mismos siendo el centro de atención, la cabeza, el líder, la fama, hacer que nuestra familia, amigos o comunidad se sienta orgulloso de nosotros mismos.

Pero existe un tipo de valor social más importante y que no deriva de la importancia que los demás dan a nuestros actos, y es aquel parte de nosotros mismos, de nuestro magnetismo personal y carisma. De forma más modesta, personas anónimas son realmente famosas y poderosas en ciertos momentos, lugares o circunstancias determinadas. Tal vez no salgan en los programas del corazón, ni en primera página del periódico, ni sean ni remotamente gente rica ni físicamente atractiva, pero muchos de quienes tienen todo eso darían cualquier cosa por tener ese “algo”, ese brillo que les hace destacar y triunfar socialmente. He conocido mucha gente así a lo largo de mi vida y en tipos de situación bien distintas, tanto gente rica y famosa y sin amigos amargada porque siente que los demás solo se acercan a ellos deslumbrados por lo que representan y no por lo que son, y otras personas que trabajan duramente toda la semana y que sin embargo viven con pasión y alegría la vida llena de amigos, experiencias excitantes siendo tratados como celebridades y encontrando aprobación sincera (y no buscada) simplemente siendo quienes son.

Recientemente en una célebre discoteca vi un claro ejemplo de todo esto. En un extremo cercano a la barra me llamó la atención un chico que hablaba animadamente con un grupo de mujeres sumamente atractivas. A pesar de su sonrisa radiante tenía un físico bastante común, y aunque no vestía mal tampoco destacaba por su estilo o imagen. ¿Sería uno de los Relaciones públicas del local? Era lo más probable. Fuera lo que fuera lo que estuviera contando ellas parecían pasarlo estupendamente en su presencia. Por un momento perdí de vista al grupo y unos momentos después volví a ver al chico, esta vez en un grupo de chicos y chicas, al cabo de unos minutos el dueño del local se le acercaba y le daba unas palmadas en la espalda, y así continuamente hablando, saludando y abrazando a casi todo el mundo del local, tanto clientes como camareras e incluso a los chicos dedicados a la seguridad.

Después se dirigió a la zona vip y se dedicó a alternar entre los allí reunidos. Esa noche recuerdo que allí estaba un famoso futbolista de primera división, varios actores de televisión y al menos 3 concursantes de reality shows de moda en aquel momento: con todos acabó hablando y compartiendo chistes, sonrisas y anécdotas. Minutos antes de que fuera a esa zona, todos daban impresión de estár bastante aburridos y cumpliendo algún tipo de compromiso o ritual autoimpuesto. Mientras tanto, me acerqué al dueño del local que era conocido mío de hace mucho tiempo y le pregunté por aquel enigmático muchacho que parecía estar bendecido por los dioses del carisma. -Te felicito- Le dije- Tu nuevo relaciones públicas es realmente bueno. Cuídalo bien no te lo robe la competencia. -¿Relaciones Publicas? ¡Que va! Es habitual de aquí, creo que una vez me dijo que se dedica a la carpintería o algo así…

La moraleja de todo esto es que sentirnos parte importante de un grupo es algo humano y deseable por todos, pero no siempre para conseguir eso debemos guiarnos por lo que socialmente aceptamos que socialmente valorable como la fama, la belleza o la riqueza, ya que paradójicamente, el carisma es un bien mucho más escaso que todas esas cosas juntas.

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